Deja de fingir que no te dolió
- Alejandro Mendoza
- 17 oct
- 5 Min. de lectura
de la serie ¡Mala Mía!
“El culto a la imagen perfecta es una cárcel con buenos filtros”
— Ale Mendoza
El espejismo del éxito silencioso
Vivimos en una época en la que el éxito se mide en likes, métricas y apariencias, no en autenticidad, propósito o paz interior.
Y lo peor no es que lo sepamos… sino que hemos aprendido a fingir que no nos afecta.
Fingimos que no nos duele compararnos, que no nos importa cuando alguien avanza más rápido, que no nos cansa mantener una imagen pulida mientras por dentro sentimos grietas.
Pero sí nos duele.
Y fingir que no nos duele, nos está agotando.
He conocido a demasiadas personas brillantes que viven con el corazón cansado. Gente que sonríe en las fotos, logra metas profesionales, paga sus cuentas, incluso inspira a otros… pero que cuando apagan la luz, sienten un vacío sutil pero constante.
Ese vacío tiene nombre: desconexión.
Nos desconectamos de nosotros mismos cuando tratamos de sostener una imagen perfecta. Y la ironía es brutal: cuanto más fingimos estar bien, más solos nos sentimos.
El peso invisible de las apariencias
La cultura del éxito silencioso tiene un código no escrito:
“Si estás mal, arréglate antes de contarlo.”
Ese código nos roba humanidad. Nos convierte en actores dentro de una obra donde todos aparentan tener la vida bajo control.
Pero hay un precio: la desconexión emocional y el agotamiento psicológico.
Según un estudio global de Gallup (2024), más del 59% de los trabajadores en el mundo reportan sentirse emocionalmente desconectados de su trabajo y de su entorno. La causa principal no es el exceso de tareas, sino la presión por sostener una versión de sí mismos que no es completamente cierta.
Y no se trata solo de trabajo.
También pasa en casa, en redes sociales, en nuestras amistades.
Queremos ser vistos como los que “pueden con todo”. Y cuando algo nos quiebra, lo ocultamos.
Lo que no decimos, sin embargo, se acumula.
Y lo que se acumula, eventualmente explota.
La cultura del filtro
Cuando comencé a escribir ¡Mala Mía! me di cuenta de algo incómodo:
yo también había jugado ese juego.
También caí en la trampa de mostrar solo lo que estaba funcionando.
Publicaba fotos desde escenarios, conferencias, logros, equipos ganadores… pero no subía los días grises. Los silencios. Las decepciones. Las conversaciones difíciles conmigo mismo.
Hasta que me cansé de mi propio guión.
El libro nació precisamente de ese cansancio. De ese momento en el que uno dice: “Ya no quiero seguir fingiendo que no me dolió.”
Y no hablo solo de una herida emocional. Hablo del dolor de pretender ser más fuerte de lo que uno realmente es.
Lo que perdemos al fingir
Cada vez que fingimos que todo está bien cuando no lo está, pagamos un precio alto:
Perdemos conexión. Nadie puede amar lo que no conoce. Si solo mostramos lo impecable, no dejamos que los demás nos vean realmente.
Perdemos crecimiento. Fingir bienestar impide que otros nos ayuden, que aprendamos, que sanemos.
Perdemos propósito. Vivir para sostener una imagen nos aleja de nuestra verdadera razón de ser.
Y al final, lo que comienza como un simple “debo verme bien” se transforma en una identidad de cartón: fuerte por fuera, frágil por dentro.
El inicio de una verdad incómoda
En el primer capítulo de ¡Mala Mía! escribí esto: “El culto a la imagen perfecta es una cárcel con buenos filtros”.
Nadie te encierra, tú mismo te quedas allí. Porque crees que ser amado depende de no mostrar tus grietas.”
Esa frase se convirtió en el corazón del libro.
Porque reconocer la “mala mía” —ese momento en el que aceptas que también fingiste, que también te comparaste, que también te perdiste tratando de lucir bien— es el principio de una libertad nueva.
La libertad de no tener que impresionar a nadie.
De poder decir: “Sí, me dolió. Pero ya no quiero seguir fingiendo.”
Una pregunta incómoda: ¿por qué fingimos tanto?
Te invito a preguntarte esto con honestidad: ¿A quién estás tratando de impresionar? A veces la respuesta no es una persona. Es un ideal, una versión imposible de ti mismo.
Una expectativa vieja que ya no te sirve, pero que sigues arrastrando porque crees que sin ella no serías valioso.
Nos enseñaron que mostrar debilidad es peligroso, que reconocer errores es perder autoridad.
Pero los líderes más poderosos que he conocido —en empresas, familias y comunidades— son los que no temen admitir su vulnerabilidad.
No se trata de ser perfectos. Se trata de ser reales.
Cuando lo real empieza a sanar
La autenticidad no es una estrategia de marca personal. Es un acto de coraje. Requiere decir la verdad, incluso cuando no te deja bien parado. Requiere admitir: “Mala mía.”
Y ese “mala mía” no es resignación. Es libertad.
Es el momento en el que decides que prefieres aprender a verte a ti mismo con compasión antes que seguir viviendo atrapado en la aprobación ajena.
Lo he visto en directivos que, después de años de control y apariencias, se sientan en una sesión de mentoring y dicen: “Ya no sé quién soy fuera del personaje que construí.”
Esa frase, lejos de ser el final, es el comienzo. El punto exacto donde empieza la transformación.
Una verdad al día
Si quieres empezar a desactivar la necesidad de fingir, te propongo un ejercicio simple pero poderoso:
Durante una semana, cada noche escribe una verdad incómoda. Algo que hayas callado, disimulado o exagerado para encajar. No tienes que mostrárselo a nadie.
Solo escribirlo.
Verás cómo poco a poco el alma se aligera. Porque la verdad pesa menos que la mentira.
Para tu reflexión personal
¿Qué imagen de ti estás intentando proteger a toda costa?
¿Qué parte de ti necesita ser vista y aceptada, aunque no sea perfecta?
¿Qué cambiaría si dejaras de fingir que no te dolió?
Para el camino
📘 ¡Mala Mía! El antídoto contra la cultura de comparación, perfeccionismo y apariencias — Capítulo 1: “El culto a la imagen perfecta: una cárcel con buenos filtros.”
🎧 Episodio del podcast “Mala Mía”: Hablé mal de Pedro… a Pedro.
📄 Artículo complementario: “La trampa de la comparación: el juego en el que nadie gana.” (próximo en la serie).
Un llamado a la autenticidad moral
El mundo no necesita más gente perfecta. Necesita más gente real. Personas que se atrevan a decir:
“Sí, me dolió. Pero sigo aquí. Aprendiendo. Sanando. Creciendo.”
De eso se trata ¡Mala Mía!.
No de exhibir errores, sino de reivindicar la humanidad detrás de ellos.
Así que… La próxima vez que algo te duela, no finjas que no pasó. Míralo, abrázalo, apréndelo. Y cuando estés listo, díselo al mundo.
Cierro con esto:
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¿Listo para dejar de fingir?



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