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Dios está presente e involucrado en mi vida, aunque parezca que no me oye o que me ha abandonado

Recuerdo una historia que leí en el libro de James Dobson, Cuando lo que Dios hace no tiene sentido, que me dejó pensando profundamente sobre cómo a veces percibimos la presencia de Dios en nuestras vidas. En este libro, Dobson cuenta la historia de un hombre que fue condenado a pasar su vida en una celda oscura, completamente aislado del mundo exterior. Su única compañía era una pequeña canica que lanzaba contra las paredes de su celda para pasar el tiempo. Durante horas, escuchaba el sonido de la canica rebotando y rodando en la oscuridad, y luego la buscaba a tientas hasta encontrarla. Era una rutina que lo mantenía ocupado y, de alguna manera, cuerdo en su situación tan desesperada.

Pero un día, la canica que siempre había caído de vuelta al suelo, simplemente no lo hizo. La lanzó hacia arriba, pero nunca escuchó el ruido que esperaba. En lugar de eso, se encontró en un silencio aún más profundo y aterrador que antes. Este hecho aparentemente insignificante lo llenó de angustia, al punto de que perdió la razón. Se volvió loco, incapaz de comprender lo que había sucedido, hasta que finalmente murió en esa soledad.


Cuando los guardias entraron en su celda para retirar su cuerpo, notaron algo atrapado en una gran telaraña en la parte superior de la celda. Era la canica. Había quedado atrapada en un rincón, enredada en la telaraña, fuera del alcance del prisionero.


Esta historia me hizo reflexionar sobre cómo a menudo interpretamos la ausencia de respuestas de Dios como un abandono. ¿Cuántas veces he estado en una situación donde parecía que Dios estaba en silencio? En esos momentos, es fácil sentirme como ese prisionero en la oscuridad, lanzando una pregunta o una súplica hacia arriba y esperando ansiosamente una respuesta que nunca llega. La desesperación y la confusión pueden ser abrumadoras, y es fácil caer en la trampa de pensar que Dios me ha dejado solo, que mis oraciones se han perdido en el vacío.


Sin embargo, la historia de la canica atrapada en la telaraña me recuerda que lo que yo percibo no siempre es la realidad. Ese prisionero no podía ver la telaraña en la oscuridad, no tenía forma de saber que su canica simplemente había quedado atrapada. No había un gran misterio, no había un abandono ni una pérdida inexplicable; simplemente había algo que él no podía ver. De la misma manera, hay momentos en mi vida donde siento que Dios no me escucha, que mis oraciones caen en un vacío, pero en realidad, puede que Dios esté trabajando de maneras que no puedo ver, enredando mis preocupaciones en una telaraña de su plan más grande y perfecto.


La Biblia nos enseña que Dios nunca nos abandona, aunque a veces no lo sintamos cerca. En Hebreos 13:5, Dios nos dice: "Nunca te dejaré; jamás te abandonaré." Pero, ¿qué hago con esta promesa cuando estoy atrapado en la oscuridad de mi propia celda, cuando mis "canicas" parecen haber desaparecido sin dejar rastro? Es en esos momentos que mi fe es puesta a prueba. Debo recordar que Dios está presente e involucrado en mi vida, aunque no lo sienta, aunque parezca que Él está en silencio.


La clave es no depender de mis percepciones limitadas. Mis ojos y mis sentidos pueden fallar, mi mente puede confundirse y mi corazón puede sentirse desamparado. Pero Dios no cambia. Su amor por mí es constante y su plan es perfecto, incluso cuando no puedo verlo.


La historia de ese prisionero es una advertencia para no dejarnos llevar por la desesperación cuando las cosas no salen como esperamos, o cuando no podemos entender lo que está pasando en nuestras vidas. Es fácil caer en la tentación de pensar que estamos solos, que Dios se ha olvidado de nosotros. Pero la realidad es que Dios está ahí, incluso en la oscuridad, incluso en el silencio. Mi tarea es confiar en Él, incluso cuando no entiendo, incluso cuando no veo.


Una acción práctica que puedo tomar cuando me siento así es simple, pero poderosa: orar. Pero no cualquier oración. En lugar de una oración llena de preguntas y demandas, puedo hacer una oración de confianza, una oración en la que le diga a Dios que aunque no lo entiendo, confío en Él. Que aunque no lo siento cerca, sé que Él está conmigo. Que aunque no veo su mano obrando, creo que está trabajando a mi favor.


Reflexión personal

  1. ¿En qué áreas de mi vida siento que Dios está en silencio o distante? Es importante identificar esos momentos o situaciones donde me he sentido abandonado o solo, para poder traerlos ante Dios en oración.

  2. ¿Cómo reacciono cuando no entiendo lo que Dios está haciendo en mi vida? Mi reacción ante la confusión o el dolor puede revelar mucho sobre mi nivel de confianza en Dios. ¿Me desespero como el prisionero, o me mantengo firme en mi fe?

  3. ¿Qué puedo hacer para fortalecer mi fe cuando Dios parece estar en silencio? Considerar prácticas como la oración, la meditación en la Palabra de Dios, o hablar con un mentor espiritual puede ayudarme a mantenerme firme en mi fe.


Acción práctica

La próxima vez que me sienta en la oscuridad, sin respuestas claras de parte de Dios, voy a tomar un tiempo para hacer una oración de confianza. Diré en voz alta: "Dios, aunque no te entiendo, confío en ti. Sé que estás presente, sé que me amas, y sé que tienes un plan perfecto para mí, aunque no lo vea ahora". Repetiré esta oración cada día hasta que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde mi corazón y mis pensamientos en Cristo Jesús.


Este ejercicio de confianza y reflexión me ayudará a recordar que Dios nunca me abandona, que siempre está trabajando a mi favor, incluso cuando todo lo que veo es oscuridad. Que esta verdad me sostenga en los momentos difíciles, y me dé la fuerza para seguir adelante, confiando en que Dios tiene el control, aunque parezca que no me oye.


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©Ale Mendoza 2025

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