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Soy muy pequeño para pelear con Dios, aunque me crea grande, sabio y fuerte

Hace algún tiempo, escuché sobre una obra teatral de Broadway que tenía un título que me dejó pensando profundamente: "Sus brazos son muy cortos para luchar con Dios." Aunque nunca vi la obra, el título en sí lleva una verdad poderosa que resuena en mi vida. A menudo, en mi orgullo o en momentos de frustración, me encuentro tratando de luchar contra Dios, como si realmente tuviera la fuerza o la sabiduría para enfrentarme a Él. Pero la realidad es que soy demasiado pequeño para pelear con Dios, aunque en ocasiones me crea grande, sabio y fuerte.


La vida está llena de desafíos, decisiones difíciles y situaciones que escapan de mi control. En esos momentos, puede surgir en mí el deseo de tomar las riendas por completo, de insistir en que las cosas se hagan a mi manera, o de resistirme a lo que Dios me está pidiendo. Es como si de alguna manera pensara que sé más que Dios, que tengo la fuerza para enfrentar las circunstancias sin Su ayuda, o que mi plan es mejor que el suyo. Pero cada vez que me encuentro en esta postura, inevitablemente termino sintiéndome agotado, frustrado y perdido.


Este título me recuerda una verdad fundamental: Dios es infinitamente grande, sabio y fuerte, mientras que yo soy pequeño y limitado en comparación. Mis brazos, por así decirlo, son demasiado cortos para luchar con Dios. Intentar hacerlo es como una gota de agua tratando de luchar contra el océano; simplemente no tiene sentido. Aun así, en mi humanidad, a veces me olvido de esta realidad y trato de imponer mi voluntad, solo para darme cuenta una y otra vez de que mi fuerza y sabiduría son insuficientes.


La Biblia está llena de ejemplos de personas que intentaron resistir la voluntad de Dios, solo para aprender, a menudo de la manera más difícil, que luchar contra Él es inútil. Jonás, por ejemplo, intentó huir de la misión que Dios le había dado, solo para terminar en el vientre de un gran pez, donde finalmente comprendió que no podía escapar de Dios. En otro caso, el rey Nabucodonosor se llenó de orgullo y pensó que todo su poder y éxito eran obra suya, hasta que Dios lo humilló, llevándolo a vivir como un animal salvaje hasta que reconoció la soberanía de Dios. Estos relatos me recuerdan que no importa cuán grande o fuerte me sienta, siempre seré pequeño ante la grandeza de Dios.


Luchar contra Dios también se puede manifestar en formas más sutiles, como la resistencia a su voluntad en mi vida, la negación de su llamado, o el deseo de controlar mis propias circunstancias en lugar de confiar en Él. En estos momentos, puedo convencerme de que mi plan es mejor, que mi lógica es más sólida, o que mi camino es más seguro. Pero cuando reflexiono sobre esto, me doy cuenta de lo absurdo que es. ¿Cómo puedo, con mi visión limitada y mi comprensión finita, saber más que el Creador del universo? Dios ve el panorama completo; Él conoce el pasado, el presente y el futuro, y su sabiduría es insondable.


El orgullo es a menudo el motor detrás de mi deseo de luchar contra Dios. Es el orgullo lo que me lleva a pensar que puedo hacer las cosas mejor a mi manera. Pero la Biblia me advierte repetidamente sobre los peligros del orgullo. Proverbios 16:18 dice: "Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu." Este versículo me recuerda que el orgullo es la antesala de la destrucción. Cada vez que permito que el orgullo me lleve a luchar contra Dios, estoy en camino hacia la caída.


Dios, en su misericordia, me invita a rendirme a Él, a dejar de luchar y a confiar en su voluntad. La rendición no es un signo de debilidad; es un acto de sabiduría y humildad. Es reconocer que Dios sabe más, que su plan es mejor, y que su fuerza es infinitamente mayor que la mía. En lugar de luchar contra Él, mi llamado es a descansar en su soberanía, a confiar en su guía y a seguir su dirección, sabiendo que Él tiene el control de todo.


Cuando dejo de luchar contra Dios, encuentro paz. No es que los desafíos desaparezcan o que todo se vuelva fácil, pero hay una profunda tranquilidad en saber que no tengo que tener todas las respuestas, no tengo que ser lo suficientemente fuerte, y no tengo que hacer todo a mi manera. Dios está a cargo, y su camino es siempre el mejor, incluso cuando no lo entiendo por completo.


Reflexión personal

  1. ¿En qué áreas de mi vida estoy tratando de luchar contra Dios, insistiendo en que se haga mi voluntad en lugar de la suya?Identificar estas áreas es el primer paso para poder rendirlas ante Dios y dejar de luchar contra Él.

  2. ¿Cómo puedo reconocer y combatir el orgullo en mi vida que me lleva a pensar que sé más que Dios?Reflexionar sobre la fuente de mi orgullo y cómo puedo humillarme ante Dios es crucial para mi crecimiento espiritual.

  3. ¿He experimentado la paz que viene cuando dejo de luchar contra Dios y me rindo a su voluntad?Recordar esos momentos puede ayudarme a confiar más en Dios en el futuro y a estar dispuesto a rendirme más fácilmente.


Acción práctica

La próxima vez que me encuentre resistiéndome a lo que Dios me está pidiendo o tratando de tomar el control por mi cuenta, voy a detenerme y hacer una oración de rendición. Diré: "Dios, reconozco que mis brazos son demasiado cortos para luchar contra ti. Te entrego esta situación y confío en tu voluntad. Ayúdame a dejar de pelear y a descansar en tu plan perfecto." Haré esto cada vez que sienta la tentación de luchar contra Dios, recordándome que su camino es siempre mejor que el mío.


En última instancia, soy pequeño, y Dios es grande. Mis brazos son demasiado cortos para luchar contra Él, pero eso está bien, porque no estoy llamado a pelear con Dios, sino a confiar en Él. Que esta verdad me guíe a la rendición, a la humildad y a la paz que solo se encuentra en dejar de luchar contra el Dios que me ama y que siempre quiere lo mejor para mí.


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©Ale Mendoza 2025

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