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Mala mía: Me rompí un diente en el concesionario

Uno espera que la vida te rompa en momentos profundos, simbólicos, dramáticos.Pero a veces, basta una puerta de vidrio mal vista… y un mal día acumulado.


La historia sin maquillaje

Mi Kia Forte apenas tenía 6,000 kilómetros de rodada cuando la transmisión se dañó por primera vez. Sí, leíste bien: seis mil. No 60,000. No después de años de uso. Seis mil. Y me prometieron que no pasaría otra vez. 


Me cambiaron toda la transmisión por una nueva, asegurándome que había sido un “caso aislado”. Pero unas semanas después, mientras viajaba a una ciudad a cuatro horas de casa, me volvió a dejar tirado. Otra vez. Misma falla. Nueva ciudad. Nueva rabia.


Fue una noche larga en la autopista. Llamadas a la grúa, calor, frustración, impotencia. Una mezcla que no te deja dormir y que te va acumulando fuego por dentro.


Cuando por fin la grúa dejó el carro en el concesionario, hice la cita para presentar el reclamo. Ya no era solo enojo: era decepción. Ya no era solo frustración: era cansancio.

Y aunque intenté calmarme antes de entrar, iba con ese gesto en la cara que todos reconocen: "no estoy aquí para escucharlos, sino para que uds me ecuchen a mí".


Al llegar al concesionario… simplemente no vi la puerta. Literalmente. Era de cristal. Limpia. Casi invisible. Y me la tragué entera. Me estrellé con tanta fuerza que me rompí un diente.


Silencio total en la sala de espera. Una señora contuvo la risa. Un niño abrió los ojos. Y yo… con un diente menos y una dignidad golpeada, tenía que seguir con el reclamo.


El punto de quiebre

  • Ese día me rompí un diente… pero no fue lo único que se rompió.

  • También se rompió la ilusión de tener el control.

  • También se rompió la imagen del cliente profesional y ecuánime.

  • También se rompió la justificación de mi enojo.


Porque ahí estaba yo, a punto de descargar mi reclamo con toda la razón del mundo, y de pronto… ridículo, sangrando, expuesto.


Fue como si la vida me dijera: “¿En serio vas a entrar a reclamar así, roto por fuera, y fingiendo estar entero por dentro?”


Y fue justo ahí donde entendí algo que me ha seguido desde entonces.


La lección aprendida

El enojo acumulado no resuelve problemas. Solo te vuelve torpe. Y si no lo canalizas bien, terminas estrellándote contra puertas que siempre estuvieron ahí… pero que no quisiste ver.


Ese día aprendí varias cosas:

1. La frustración sin procesar nubla la atención.

Iba tan metido en mi enojo, tan enfocado en el reclamo, que dejé de ver lo obvio. No fue solo una puerta. Fue un punto ciego provocado por emociones no gestionadas.


2. El dolor emocional mal manejado suele buscar formas físicas de salir.

Y a veces, el cuerpo hace lo que la mente no se permite: te obliga a frenar. A veces, para que veas lo que estás ignorando… tiene que doler en carne propia.


3. El liderazgo también se prueba en cómo reclamas.

Yo tenía razón. Pero si hubiera entrado vociferando, sangrando, con el diente roto y el ego inflamado… habría perdido toda autoridad. La forma importa. Porque la forma revela desde dónde estás actuando.


La pregunta incómoda para ti

  • ¿Qué parte de tu vida está acumulando frustración sin canalizarla bien?

  • ¿En qué área estás a punto de estrellarte porque ya no estás viendo con claridad?

  • ¿Estás priorizando tener la razón… o resolver la situación?

  • ¿A qué “puertas invisibles” te estás acercando con demasiada prisa o enojo?



Esta semana:

  • Haz una revisión honesta de los enojos acumulados. ¿Cuál necesita atención antes de que se convierta en torpeza?

  • Haz una lista de las personas o situaciones que te han decepcionado últimamente. ¿Qué podrías hacer para abordar eso con claridad en lugar de impulso?

  • Aprende a distinguir entre un reclamo válido y una reacción emocional. No se trata de callarte… sino de expresarte sin romperte en el intento.

  • Y antes de cualquier conversación difícil, pregúntate: “¿Estoy entrando con el corazón limpio… o con el juicio afilado?”


La rabia no gestionada no arregla el problema. 

Solo hace que termines con algo roto.


Recurso recomendado

Libro: “Inteligencia emocional” – Daniel Goleman Especialmente los capítulos sobre autorregulación emocional. Porque saber qué sientes no es suficiente… tienes que saber qué hacer con eso si quieres liderar bien.


¿Conoces a alguien que está a punto de estrellarse con algo que no ha visto por andar cargando enojo? ¿Alguien que necesita frenar antes de que lo detenga un golpe innecesario? Compártele este artículo. Porque a veces, lo que más necesita un líder no es una solución… sino un espejo.


Preguntas para discusión grupal (equipos, líderes o mentoring)

  1. ¿Cuáles son nuestros “puntos ciegos” como equipo? ¿Qué frustraciones estamos acumulando sin procesar?

  2. ¿Cómo manejamos el enojo o la decepción cuando algo no sale como esperábamos? ¿Tenemos espacios seguros para hablarlo?

  3. ¿Cómo diferenciamos entre expresar una inconformidad y simplemente reaccionar?

  4. ¿Qué prácticas podríamos implementar para no llegar al punto de “rompernos” antes de buscar soluciones?

  5. ¿Hay algo que debamos reclamar… pero desde un lugar más consciente y menos emocional?


1 comentario

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Osmar Alejandro Rivas Mendoza
01 ago
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Siento que lo más difícil es determinar con claridad que es eso que me enoja con frecuencia o con facilidad. Y luego de allí poder atacarlo. Gracias

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