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Mala mía: Todos me vieron… y fingí que no sangraba

Hay momentos que duelen. Y hay otros que te avergüenzan tanto… que finges que no duelen. Este fue uno de esos. Un episodio ridículo por fuera… pero revelador por dentro.


La historia sin maquillaje

Habíamos tocado muchas puertas. Varias veces nos dijeron que no. Otras, que esperáramos. Otras, que volviéramos con más papeles. Y así, durante semanas. Meses.


Pero por fin, "Santander" creyó en nosotros. Después de inmigrar a México, construir desde cero, y enfrentar mil trámites frustrantes, por fin íbamos a firmar el crédito hipotecario para comprar nuestra primera casa.


Eliana y yo entramos al banco con el corazón lleno de emoción.Ese día representaba más que una transacción: era un paso enorme para nuestra historia como pareja. Una señal de que lo que tanto habíamos soñado… comenzaba a tomar forma concreta.


El ejecutivo de cuenta estaba listo para recibirnos. Su escritorio estaba separado por un pequeño parabán (mampara) metálico que delimitaba la zona de atención.


Y ahí estábamos. Hablando. Sonriendo. Todo iba bien.Hasta que me levanté rápido para agarrar un documento… y me pegué la ceja contra el filo de ese parabán con tanta fuerza que el sonido retumbó en todo el banco.


El golpe fue seco. Brutal. Sonó tan fuerte que todos voltearon.


Lo siguiente fue peor: empecé a sangrar como loco.


Y, en lugar de aceptar ayuda… dije: “No me pasó nada. Estoy bien. No es nada.” Una. Dos. Tres veces.


Tenía la ceja abierta. Sangrando. Y yo, como si nada. Eliana intentó ayudarme. Los del banco también. Yo los apartaba. Me limpiaba torpemente y repetía: “Estoy bien, de verdad. No fue nada.”


Fue tan ridículo que hoy se volvió chiste interno en casa. Cuando alguien está evidentemente afectado y no quiere admitirlo, en voz baja decimos: “No me pasó nada… no me pasó nada…”


Pero en el fondo, esa escena dice algo más profundo: estaba sangrando… y me daba más vergüenza admitirlo que el dolor mismo.


El punto de quiebre

Ese día no solo me golpeé la frente y mi ceja. Me golpeé el ego.


Y la forma en que reaccioné —minimizando, negando, evadiendo— me mostró que a veces, el liderazgo se contamina con la necesidad de aparentar fortaleza.

  • No quería que los demás me vieran débil.

  • No quería hacer un “show” el día de la firma.

  • No quería admitir que, en medio de tanta alegría… también había torpeza.


Pero el liderazgo no se trata de no sangrar. Se trata de saber qué hacer cuando sangras. Y sobre todo, de no negar lo evidente por orgullo.


Lección aprendida

Desde entonces, no solo cuido más los parabanes metálicos. También cuido el impulso de fingir que todo está bien cuando no lo está. Aprendí tres cosas que aplican tanto en la vida como en el liderazgo:


1. La negación no elimina la herida. La profundiza.

Decir que estás bien no te sana. Solo retrasa el proceso y te aleja de la ayuda.La herida necesita ser vista, atendida, curada.


2. El orgullo mal gestionado sabotea la conexión.

Eliana quería ayudarme. El personal del banco también. Y yo los alejé por vergüenza.

¿Cuántas veces hacemos lo mismo en la vida? Alguien quiere acercarse… y levantamos la muralla de “estoy bien” solo para no parecer frágiles.


3. Admitir que te duele no te hace menos líder. Te hace más humano.

Y hoy más que nunca, necesitamos líderes que sangren… y lo digan.

Que se abran. Que pidan ayuda. Que no hagan de su dolor un espectáculo… pero tampoco un secreto.


La pregunta incómoda para ti

  • ¿Estás sangrando por dentro… pero fingiendo que no pasa nada?

  • ¿A quién le has dicho “estoy bien” solo por no parecer débil?

  • ¿Qué parte de tu vida necesita atención, pero tu orgullo no te deja admitirlo?


Desafío práctico

Esta semana:

  • Elige una conversación en la que normalmente finges que estás bien… y sé honesto.

  • Identifica una herida emocional que estás minimizando. Escríbela. Reconócela. Haz algo al respecto.

  • Pide ayuda. Aunque sea mínima. Aunque sea simbólica. Pedir ayuda es una forma de liderazgo.

  • Observa si alguien de tu equipo, familia o entorno está diciendo “no me pasa nada” con los ojos… mientras sangra por dentro. Acércate. Pregunta de nuevo.


Negar el dolor no te protege. Solo te aísla.


Recurso recomendado

Podcast: "The Emotionally Healthy Leader" – Pete Scazzero. Un espacio directo y honesto que habla sobre lo que nadie quiere admitir: los líderes también se quiebran. Y solo sanan cuando dejan de aparentar. Busca el episodio: “Stop pretending you’re fine”


¿Conoces a alguien que está fingiendo que está bien? ¿Alguien que necesita permiso para dejar de sonreír y empezar a sanar. Compártele este artículo. Porque a veces, lo más fuerte que puedes hacer… es decir: sí, me duele.


Preguntas para discusión grupal (equipos, líderes o mentoring)

  1. ¿Cómo respondemos ante nuestras propias “heridas emocionales” en el trabajo? ¿Somos honestos… o las negamos?

  2. ¿Qué cultura tenemos en nuestro equipo respecto a la vulnerabilidad? ¿Está bien visto decir “no estoy bien”?

  3. ¿Qué frases usamos como defensa cuando en realidad estamos heridos? ¿Cómo podemos generar espacios seguros para dejar de usarlas?

  4. ¿Qué haría falta para que cada persona del equipo se sintiera libre de pedir ayuda sin sentir vergüenza?

  5. ¿Cuándo fue la última vez que alguien te ofreció ayuda… y tú la rechazaste por orgullo?


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Invitado
12 sept
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©Ale Mendoza 2025

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